En esta sección queremos explicar cuales son algunas de nuestras tradiciones y lugares más característicos. Pero queremos hacerlo en primera persona. Por eso, hemos decidido recuperar una serie de REPORTAJES que se publicaron hace ya algunos años en la Crónica de la Ribera Baja. Tal vez algunos los recordéis, aunque seguramente la mayoría de vosotros ya no los conserve en su memoria. Por eso, queremos aprovechar las ventajas que nos ofrece esta página web para publicar estos 10 reportajes, uno por municipio, que hicimos en su momento. En cada uno de ellos, una o varias personas de la localidad nos enseñaba su pueblo y nos contaba historias que nos ayudaban a comprender un poco mejor cómo era la vida antes y cómo había cambiado.
Muchas gracias a todos esos vecinos que nos hablaron en su día desde el cariño y la devoción al pueblo que los vio nacer. Algunos de ellos ya no están entre nosotros, así que esperamos que estos reportajes sirvan también como merecido homenaje e inmortalicen las bonitas historias que nos contaron.
QUE VISITAR
- Folleto Alborge
- Ayuntamiento
- Nevera
- Iglesia Parroquial de San Lorenzo
- Molino harinero, caja de noria y azud. SXVI
- Molino de Aceite
- Casa de los Recaudos (actual casa rural de los diezmos y primicias)
TRADICIONES
- Matacía del cerdo.
- Romería a la Virgen de Montler.
REPORTAJE
A sus 86 años, Simón Galindo recuerda con detalle cada instante de su vida en Alborge. Ha vivido en tres casas diferentes, regentó la tienda y el bar de la localidad en la época en la que Alborge superaba los 300 habitantes y su cara irradia una pasión por el pueblo que lo vio nacer difícil de igualar. Con andar ágil y palabra fluida nos lleva a dar un paseo por una localidad que rezuma historia en cada una de sus esquinas. El escudo del señorío de Rueda se deja ver todavía en las casas más antiguas, como un recuerdo plasmado en piedra de los años en los que la villa perteneció al señorío eclesiástico del Monasterio.
Las casas más antiguas contrastan con otras muy nuevas en las que se puede ver incluso un pequeño jardín a la entrada. “Algunos de los que se fueron, vuelven y se construyen casas para venir a pasar el verano o los fines de semana”, explica Simón.
Nuestra visita continúa en el frontón, donde Simón recuerda la época en la que él mismo jugaba a la pelota de mano. Ahora, la pelota ha dejado paso al frontenis, deporte muy practicado en Alborge. Simón habla también de algunos de sus juegos de juventud: “Solíamos jugar a piedra y lata, que era algo así como la petanca, pero más barato. También pasábamos el rato con la refinadera”, dice recordando la peonza de madera lanzada por una cuerda que se volvió a poner de moda hace unos años.
Nuestro recorrido nos lleva hasta la nevera, una construcción que proliferó a finales del siglo XIX y que permitía almacenar capas de nieve o hielo en invierno. Simón asegura que no ha llegado a ver nieve allí en su juventud, pero, aún así, sabe que para conservar el frío se alternaban las capas de hielo con otras de paja que hacían de aislante térmico.
Alborge ha sido siempre un municipio dedicado en su mayor parte a la agricultura tradicional. “Recuerdo cuatro molinos de aceite porque aquí siempre ha habido olivas y mucha gente se ha dedicado a eso”, apunta Simón.
Además de la agricultura, Simón recuerda algún otro oficio tradicional que se ha ido perdiendo con el paso del tiempo. “Había cesteros, herreros, tejedores, alpargateros… También existía el ordinario, que era un hombre que se encargaba de ir a Zaragoza con un carro y dos mulas a hacer los recados que le mandaba la gente”. Simón tampoco olvida la figura del barquero, que era la persona encargada de cruzar en la barca a personas y mercancías por el Ebro antes de que construyera el puente. “Hubo un tiempo en el que nadie quería ser barquero, así que el alcalde mandó que los hombres de entre 18 y 50 años nos turnáramos para serlo”, explica Simón.
Cuando llegamos a la Iglesia de San Lorenzo, levantada a finales del siglo XVII, Simón recuerda el día de su boda, que fue también el día de la boda de su hermana. “Lo celebramos haciendo un rancho en casa y hubo más de 100 invitados”, explica.
Y es que las fiestas de todo tipo han sido siempre uno de los platos fuertes de Alborge: “Ahora viene gente de todas partes, pero antes, cuando no había coches, venían sobre todo de Sástago y de Alforque, porque siempre hemos sido tres pueblos hermanos”.
Concluimos nuestro paseo en la plaza del Ayuntamiento, centro neurálgico de Alborge. La mujer de Simón sale a nuestro encuentro y se une a la conversación recordando cómo las mujeres amasaban hace años el pan en casa y lo llevaban después al horno. El lavadero era también un lugar reservado para ellas, aunque la tarea de lavar la ropa era en muchos casos la mejor manera de relacionarse socialmente y de enterarse de las últimas novedades de la localidad.
El paseo ha concluido, aunque eso suponga que muchas de las historias de Simón se queden en el tintero. Y es que, en las casi dos horas que ha durado nuestro paseo, no ha dado tiempo ni siquiera a atisbar lo que es la historia y la forma de vida de la localidad, pero Simón ha conseguido una visión más humana de lo que es el Alborge de hoy, un municipio con un gran tesoro artístico que reside, ante todo, en su gente.
QUE VISITAR
TRADICIONES
- Hoguera de San Fabián y San Sebastián
REPORTAJE
Entramos a Alforque bordeando el río y dejando a un lado unos campos sorprendentemente verdes. Juntos, conforman uno de los paisajes más bellos de la ribera. Florentín no nos ha dicho dónde vive ni dónde lo podemos encontrar, pero en un municipio con 56 habitantes censados y unos 40 residentes, todos son lo más parecido a una gran familia. Por eso, la primera persona que encontramos nos indica con todo lujo de detalles cómo es y dónde está la casa que estamos buscando.
Florentín nos está esperando dispuesto a llevarnos a dar un largo paseo por el pueblo que le vio nacer hace 85 años. Todavía recuerda un Alforque con cerca de 400 habitantes y se lamenta de la marcha a la ciudad de los más jóvenes. El primer lugar que visitamos son los restos de la antigua noria. Florentín la recuerda perfectamente a pesar de que ya hace 75 años que desapareció y nos cuenta el papel que la noria realizaba elevando el agua a las huertas. En la actualidad, la estructura original se sigue aprovechando para elevar el agua con motores eléctricos.
La conversación deriva hacia episodios más dramáticos, hacia esos recuerdos imborrables que dejó la Guerra Civil en todo aquel que la vivió. Sin poder disimularlo, Florentín todavía se emociona cuando recuerda aquellos años. “Cuando entraron los nacionales, los rojos nos mandaron marchar al monte a todos. Bombardeaban la zona de la central de Sástago y daban la vuelta por aquí. Parece que los veo bajar ahora”, nos cuenta. Florentín recuerda también a los cuatro vecinos del pueblo que murieron en el frente y se emociona al hablar de su hermano, herido de guerra. “Al cura también lo mataron. Lo llamaron un día diciendo que lo necesitaban en Sástago y nunca volvió. La mayor parte de las denuncias a uno u otro bando no tenían que ver con la política, sino con enemistades personales”, explica.
Al lado de la antigua noria se encuentra el molino harinero. “Aquí subíamos la harina para amasar el pan”, dice Florentín. Continuamos nuestro paseo con la presencia constante del Ebro a nuestros pies. “Antes nos bañábamos ahí abajo, pero recuerdo que nuestros padres tenían miedo porque en tiempos se había ahogado uno”, señala.
Florentín nos lleva hasta su huerto, al que sigue yendo todos los días. “Esto me da vida”, asegura. La agricultura y la ganadería siempre han sido la forma de vida de los habitantes de Alforque. “Además del campo teníamos ovejas. Un pastor, al que pagábamos entre todos, las sacaba a pastar todos los días. Cuando regresaba por la tarde dejaba las ovejas a la entrada del pueblo y cada una volvía a su casa”, asegura.
A un lado del camino vemos en lo alto la iglesia de San Pedro Apóstol, con una torre mudéjar, sobria como si de una fortaleza se tratara. Su construcción se remonta al siglo XVI y en su fachada se pueden ver con claridad las inscripciones grabadas hace siglos indicando las fechas en las que el río se heló. “Se dice que existe un pasadizo que va de la iglesia al Ebro y que servía para que bajaran a buscar el agua”, comenta Florentín.
Llegamos al antiguo molino de aceite, ahora de propiedad particular. Alrededor se encuentran los restos de los llamados alguarines. “Cada uno teníamos un alguarín. Allí pisábamos y guardábamos la oliva para que se conservara hasta que te tocaba el turno de entrar a moler”, explica.
Nuestro paseo nos lleva hasta el embarcadero y, más tarde, hasta la antigua casa del barquero. La relación que Alforque tuvo con el río es todavía más estrecha que la del resto de los municipios de la comarca, ya que la barca que atravesaba el Ebro suponía su única vía de comunicación con el exterior. Florentín nos explica que hace más de tres décadas que la barca se quemó, algo que supuso un fuerte trastorno para los habitantes de la localidad, ya que la necesidad de tránsito a la otra orilla era diaria. Se tardó años en contar con una carretera.
Recorremos de nuevo el llamado camino de la barca y nos disponemos a ir hacia la presa mientras Florentín nos habla de la grandiosa hoguera que Alforque celebra todos los meses de enero en honor a San Sebastián. “Hace años siempre venía a tocar la misma banda de música de Zaragoza y el ayuntamiento repartía a los músicos por las casas mientras duraban las fiestas”.
Nuestro paseo concluye en la presa, desde donde se puede ver un bonito paisaje. Regresamos al pueblo caminando de forma pausada. “Las cosas han cambiado tanto que yo sólo me lo creo porque lo he vivido”, nos dice Florentín antes de despedirnos.
QUE VISITAR
TRADICIONES
- Procesión de San Blas
- La “Llega”.
REPORTAJE
Llegamos a Cinco Olivas en medio de una mañana verdaderamente fría de invierno. Al cruzar el umbral de la puerta de casa de Carmen sentimos un calor hogareño que acaba con las pocas ganas que pudiéramos tener de pasear. Carmen no sólo nos estaba esperando, sino que tiene preparado café caliente y galletas hechas por ella misma. Su hospitalidad y su insistente empeño en que comamos galletas me recuerda enseguida a ese carácter jovial que caracteriza tanto a la mayoría de las mujeres que han nacido y crecido acostumbradas a no tener y a darlo todo al mismo tiempo.
Carmen Oliván nació en Cinco Olivas hace 84 años y, como toda su generación, recuerda un municipio muy distinto que llegó a tener 600 habitantes y 55 niños en la escuela. La vida de una mujer en una sociedad rural como la de entonces era muy diferente a la de un hombre, pero no por ello menos dura. Las faenas de la casa no eximían de las labores del campo ni de otro tipo de obligaciones como subir a tiempo los cántaros llenos de agua. El respeto a los antecesores, sobre todo a lo varones, era muy importante y Carmen recuerda divertida las exigencias de su padre: “Él tenía la barbería en el patio y si alguna vez, de niña, entraba corriendo sin saludar a la clientela me hacía salir y volver a entrar dando los buenos días”, comenta.
También las relaciones de pareja eran muy diferentes a las de ahora. Carmen nos cuenta que su padre fue presidente del baile del pueblo allá por los años 20. “Fue presidente durante cinco años, pero entonces ya festejaba con mi madre y, como ella no podía estar en el baile porque trabajaba temprano, llegó un día en que no lo dejó seguir siendo presidente porque no quería que bailara con otras”.
Dice que ella se casó con quien quiso, aunque reconoce que aquello antes no siempre era así y recuerda la historia de una amiga suya que comenzó a salir con un forastero y él se negó a pagar la botella que los chavales del pueblo le exigían por estar festejando con una chica de allí. “Había veces en que los novios no cruzaban palabra en toda una tarde porque rara vez estaban solos y en las casas los sentaban a uno en cada lado”, recuerda sonriendo. Carmen nos cuenta también que el día de su boda invitó a sus allegados a chocolate en un bar del pueblo y después mataron y guisaron un cordero para comer. El viaje de novios fue en Barcelona, aunque el destino no tardó en truncarle el camino y Carmen quedó viuda 5 años después con un niño pequeño.
Dicen no gustarle las alabanzas y no querer que nadie la ensalce por nada, pero lo cierto, lo innegable, es que Carmen, igual que otras mujeres de su generación, no lo tuvo fácil para salir adelante. Aún así, no presume por haber tenido que trabajar mucho y durante muchos años. “Estuve 10 años en la cocina de Foret, sirviendo a los jefes. Recuerdo que tenía tres libros de cuentas en los que debía justificarlo todo. Lo mismo habría que hacer con los gobiernos, obligarlos a rendir cuentas de todo”, dice en tono de broma.
Cuando habla de los sueldos que se cobraban entonces, se levanta para ir a buscar un montón de monedas antiguas que guarda de forma cuidadosa. Hay monedas con la efigie de Alfonso XIII cuando era sólo un niño, de la II República y también reales, céntimos, pesetones e incluso un broche hecho con una moneda de 5 pesetas en la que se podía ver la imagen del que popularmente era conocido como “el sentao”.
La cara se le llena de orgullo cuando habla de su hijo y de sus dos nietos. “Mi hijo consiguió una beca que nunca perdió y por eso pudo estudiar. Si le hubieran retirado esa beca yo no podría haberle pagado los estudios”, comenta.
Carmen se muestra también enamorada del pueblo que la vio nacer y recuerda muchos de los buenos momentos vividos en él. “Recuerdo que el día que pusieron el agua en las casas no podía creer que aquello fuera para siempre”, señala. Lamenta, eso sí, que su pueblo, situado en un espectacular meandro del Ebro, vaya perdiendo población poco a poco, pero, a pesar de no haber tenido una vida fácil, no duda en asegurar que las condiciones de vida han mejorado. “Toda mi familia fue siempre humilde, pero mis padres y mis abuelos no vivían como yo que, aún siendo viuda, he tenido muchas más comodidades de las que pudieron tener ellos”.
Tras una larga y entretenida charla, y después de declinar su sincera invitación a comer, nos vamos con la promesa de volver otro día y con la sensación de conocer a Carmen de toda la vida, aunque sólo haga un par de horas que la vimos por primera vez.
QUE VISITAR
- Folleto Escatrón
- Fortín el cabezo Mocatero
- Ermita de Santa Águeda
- Puente viejo
- Casa de los Abades y La Cárcel
- Centro Cultural- Palacio Renacentista
- Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora
- Cabezo de Muel
TRADICIONES
- El baile de la cinta.
- La ofrenda de los panes benditos para Santa Águeda.
REPORTAJE
Tras unos kilómetros de curvas, llegamos al cartel que anuncia la proximidad del Monasterio de Rueda. Justo enfrente, separado tan sólo por el río, se puede ver Escatrón, que, según cuenta una leyenda, se encuentra unido al monasterio a través de un túnel bajo el Ebro.
Cuando aparcamos en la plaza de la iglesia, Bautista Antorán ya nos está esperando con las llaves de la iglesia en la mano. Nació en Escatrón y ha vivido de cerca todos los cambios que esta localidad ha experimentado en las últimas décadas. Además, puede que sea una de las personas que puede narrar con más detalle la historia remota y reciente de su municipio, hasta el punto de que ha plasmado parte de su saber en un libro que narra la historia de la localidad.
Nuestra primera parada es la iglesia de la Asunción, construida en los siglos XVI y XVII. Ya desde la entrada, resulta imposible mirar otra cosa que no sea el espectacular retablo de alabastro que se encuentra situado detrás del altar. Bautista nos explica que fue construido en 1607 por el maestro Esteban y Domingo Borunda y que está dedicado a la Virgen. El retablo, que fue hecho para la iglesia del Monasterio de Rueda, cobra un significado mucho más profundo tras la explicación pormenorizada de Bautista: “En la parte central inferior se puede ver la Ascensión de la Virgen al cielo, a un lado se representa la Anunciación, al otro el Nacimiento, la Presentación en el templo y la Adoración de los Reyes. Arriba está la Coronación de la Virgen y debajo del todo hay 12 medallones que corresponden al Antiguo Testamento, 4 al Nuevo Testamento y los 4 padres de la Iglesia Católica”.
La historia de cómo llegó el retablo de Rueda hasta la Iglesia de Escatrón es desconocida para muchos, pero Bautista la conoce al detalle. “Después de la exclaustración de 1835, los bienes del Monasterio se venden, pero lo que no es vendible se reparte entre los pueblos del señorío: A Sástago se lleva el órgano, a Alborge el retablo de San Bernardo, este retablo pasa a Escatrón y otras cosas se llevan a Codo, Samper…” El retablo llegó a Escatrón en la barca que cruzaba el Ebro debidamente desmontado en piezas. Muchos años después, comenzada la Guerra Civil, los anarquistas intentaron volarlo y, aún hoy, se pueden apreciar perfectamente en su estructura marcas de balas y desperfectos varios. “Se mandó un escrito a Madrid pidiendo que se protegiera esta obra y parece ser que surtió efecto porque finalmente no lo volaron”, comenta Bautista.
En uno de los lados de la Iglesia, en la parte alta, llama la atención una especie de ventanal. Bautista nos explica que cuando se agrandó la Iglesia, a la persona que donó el terreno para hacerlo se le concedió el privilegio de poder escuchar misa desde su domicilio, situado al lado. Este privilegio lo conservará su familia mientras esa casa pertenezca a alguien de esa estirpe y si en algún momento la casa se vendiera el ventanal sería tapado.
Pero, más allá de sus peculiaridades artísticas, hay un hecho que marcó de forma imborrable el futuro de Escatrón. En 1946, una disposición del Ministerio de Industria creó la empresa nacional Calvo Sotelo, una central termoeléctrica que se alimentaba con lignitos de las cuencas mineras turolenses. En 1952, la central comienza a funcionar y la vida del, hasta entonces, Escatrón agrícola, cambia de forma radical. La puesta en marcha de la central fue la causa directa de un espectacular aumento de población que llegó hasta los 5000 habitantes. Se construyó “el Poblado”, un barrio nuevo de viviendas unifamiliares que comenzaron a habitar los trabajadores de la empresa. “Pero cuando en 1978 parte de la central cerró, la población se diezmó hasta alcanzar los 1.200 habitantes. Ahora, más del 50% de las casa están vacías”, cuenta Bautista.
Salimos de la iglesia y nos dirigimos al barrio verde o barrio judío. Bautista nos explica que una acequia recorre el subsuelo. Un poco más adelante, se encuentra el antiguo granero de los monjes de Rueda, la casa del Abad y la cárcel donde los monjes ajusticiaban a los detenidos en tiempos del Señorío. Pasamos después por el barrio árabe, con calles estrechas y construcciones de tierra típicamente musulmanas.
Ya en la parte alta del pueblo, llegamos al mirador del Tozal, al que se accede a través de la portada de una casa del siglo XVIII hoy desaparecida. Desde allí, se contempla una vista espléndida del río con el Monasterio al otro lado. Se puede ver también perfectamente el lugar donde los barcos atracaban antiguamente, ya que Escatrón fue lugar de recaudación de aranceles. Era un punto neurálgico en el que se gravaban las mercancías que circulaban hasta o desde Tortosa.
De vuelta hacia la plaza de la iglesia, Bautista nos enseña el circuito que se cierra para las vacas durante las fiestas de agosto, en honor a San Roque y la Asunción de la Virgen. “Hace 40 años que se recuperaron estas fiestas para que no se perdiera la afición taurina”, dice Bautista. Las fiestas mayores se celebran en febrero, en honor a Santa Águeda, con tres hogueras y una tradicional procesión de panes benditos.
Mientras volvemos a la parte baja del pueblo, Bautista va enumerando a nuestro paso las casas en las que actualmente no vive nadie. La regresión tanto demográfica como económica que provocó el cierre de la central se sigue dejando ver, pero la existencia de nuevos proyectos relacionados con la producción de electricidad intentará recuperar el pulso económico de un municipio con un pasado y un futuro que le hacen merecer un hueco grande en la historia.
QUE VISITAR
TRADICIONES
- Reliquia de La Santa Espina
- Las despertaderas el día de la patrona.
REPORTAJE
Gelsa aparece ante nosotros casi por sorpresa, inmersa en medio de esa espesa niebla que envuelve a la Ribera del Ebro tan a menudo. Cuando entramos por la puerta del vistoso Ayuntamiento, Julio ya nos está esperando con una bolsa en la que lleva parte de los textos que ha escrito. Todos sobre Gelsa. Y todos desde el sentimiento de una persona que adora el sitio que lo vio nacer hace 78 años.
Julio Avellaned, conocido por todos en Gelsa como Pascual debido al parecido que le unía a su abuelo, nos cuenta mientras iniciamos nuestro recorrido que siempre ha trabajado en el campo, tanto en sus tierras como en tierras ajenas, aunque nos habla también del gran beneficio que supuso para la población la instalación de la “yesera”, que proporcionó a muchos jóvenes un puesto de trabajo fijo.
Llegamos al lugar donde se encuentra la antigua fábrica de harina y el sindicato de riegos. Allí, se pueden ver todavía los vestigios de la antigua noria. “Las norias elevaban el agua por canales hasta las huertas, pero ya en el siglo XVIII una bomba centrífuga subía 250 litros por segundo, por lo que resultaba más rentable que las norias”, explica Julio. A un lado, el edificio de la antigua fábrica de harina ha comenzado ya su deterioro. “Aquí se molía el trigo para el pueblo y para otros pueblos de alrededor”, explica.
Hace demasiado frío para que Julio nos enseñe el monte, pero a cambio nos cuenta que en una ocasión, con sólo 11 años, se perdió en él junto a tres amigos. “Había mucha niebla y nos desorientamos. Todo el pueblo se puso a buscarnos, pero no nos encontraron. Cuando anocheció nos refugiamos en un “mas” y allí pasamos la noche. Al día siguiente, con la mañana clara, supimos dónde estábamos y regresamos a casa. Recuerdo que cuando llegué mi madre tenía tantas ganas de verme que en vez de regañarme se me comió a besos. Por aquel entonces había todavía muchas bombas enterradas de la Guerra Civil y por eso se habían temido lo peor”, cuenta Julio.
Gelsa fue un pueblo muy castigado durante la Guerra Civil debido a su situación geográfica. “En el monte estaba la artillería de la zona roja y en el otro lado, debajo de Quinto, la de la zona nacional. Los cañonazos pasaban y Gelsa estaba justo en medio”, recuerda. Como en todos los que la vivieron, esa época está grabada en la memoria de Julio como un mal recuerdo. “Murió mucha gente de los dos bandos y nadie sabía nada de política”, añade.
La conversación se desvía pronto hacia temas más alegres. Mientras nos dirigimos a la ermita de la Virgen del Buen Suceso, Julio nos habla de la fiesta de los quintos, una tradición muy arraigada en Gelsa que data de tiempos inmemoriales. La fiesta de los quintos se estructuraba en cuatro salidas principales. La primera era para Todos los Santos. “En esta salida los quintos todavía no eran quintos porque aún no se habían marchado a la mili los del año anterior, así que se les llamaba “sobrequintos”. La segunda salida tenía lugar en primavera, ya como verdaderos quintos de ese año. “Nos íbamos 4 ó 5 días de cacería al monte, adornábamos el carro con ramas y bajábamos hasta el pueblo cantando. Con lo que se cazaba se hacía una merienda en casa de un quinto y se continuaba dos días más rondando”, explica. La tercera salida tenía lugar cuando tallaban a los quintos antes de ir al servicio y recibía el nombre de la “salida de la gallina”, porque cada quinto aportaba una gallina para la merienda. La última salida se producía justo antes de la marcha de los jóvenes hacía el destino que los mantendría alejados de casa durante un mínimo de dos años.
Llegamos a la ermita del siglo XVIII que alberga a la Virgen del Buen Suceso, patrona de la localidad. Julio nos cuenta que hace sólo 40 años que se construyó la torre central de la ermita, obra en la que él participó junto con el resto de vecinos del pueblo. Por eso recuerda con toda claridad el día en que subieron la campana hasta el campanario y tal vez ésta sea también la razón por la que los vecinos de Gelsa sienten auténtica devoción por su ermita y su patrona.
Julio nos habla también de la Santa Espina, una de las espinas de la corona de Cristo, reliquia que fue donada por los barones de Ablitas a los fundadores del convento que hubo en Gelsa. Actualmente, la Santa Espina se conserva en la iglesia de la localidad y se sigue sacando en procesión cada 10 de mayo. Antes, además de ésta, se hacía otra procesión el día de Jueves Santo. “El cura iba a buscar la Santa Espina y antes de la procesión hacía la llamada bendición de los términos para que la cosecha de ese año fuera buena”, explica Julio.
Nuestro paseo nos lleva después hasta el barrio morisco, situado cerca de la Iglesia de San Pedro Mártir de Verona, del siglo XVII. Las calles estrechas y las casas cruzadas evocan el pasado musulmán de Gelsa. Tras recorrer parte de la calle de los Cubiertos nos dirigimos hacia la popularmente conocida plaza de los mudos, que debe el nombre al parecer al hecho de que en una de esas casas vivían dos niños mudos.
Antes de dirigirnos al pabellón vemos de pasada el centro cultural “La Diezma” llamado así por estar en el lugar en el que antiguamente el clero cobraba el diezmo a los agricultores.
Concluimos nuestro paseo en el pabellón, en la parte nueva del pueblo. Allí, las casas de reciente construcción conviven con los terrenos vacíos que albergarán más casas dentro de un tiempo. Julio nos dice que le “duele” que la gente joven se marche del pueblo y nos cuenta que a principios del siglo pasado Gelsa tenía 2.800 habitantes. Ahora, con algo más de 1.200 y las obras de polígono industrial en marcha, Gelsa lucha con fuerza por reinventar un pasado agrícola en un futuro más industrial. Mientras, Julio seguirá plasmando en un papel todo lo que le inspira ese municipio que él no cambiaría por nada.
QUE VISITAR
- Folleto Pina de Ebro
- Iglesia y claustro del antiguo convento de franciscanos
- Ayuntamiento con arco de la villa y arco de san Roque
- Torre de la iglesia de Santa María (Plaza España)
- Ermita de San Gregorio
- Pilón de San Miguel
TRADICIONES
- Toro de Soga.
- Dance de San Blas.
REPORTAJE
Llegamos a Pina con sol, aunque también con un cierzo racheado muy típico de la Ribera del Ebro. No apetece pasear, pero Clotilde Asensio, Pilar Blasco, Amalia Borraz, Luisa Pérez, Asunción Lope y Pilar Artigas estas dispuestas a hacer de embajadoras de un pueblo al que adoran. “Para mí, el mejor pueblo de todos, igual que para los demás es el suyo”, dicen casi al unísono.
Todas ellas son alumnas del grupo “Ven a conocer mi pueblo”, un proyecto de Educación de Adultos que pretende que no caiga en el olvido el pasado y, para ello, pide ayuda a aquellos que lo vivieron. Ellas son seis de las numerosas personas de Pina que asisten a clases de Educación de Adultos. Allí recuerdan alguna cosa olvidada y, sobre todo, aprenden cosas nuevas, tan nuevas, que incluso se atreven con el correo electrónico y algunos entresijos de la red.
Nos encontramos en la plaza de España, centro neurálgico de Pina. Desde allí parten todas las calles principales y allí se encuentran también los principales servicios del municipio: Ayuntamiento, bancos, tiendas, bares, polideportivo, centro de día… De ella se dice que es la plaza de pueblo más grande de Aragón y, aunque desconozco la exactitud de esa información, lo que si es cierto es que su tamaño impresiona. Las mujeres nos cuentan que la plaza se hizo sobre el solar en el que estuvo el Palacio de los Condes de Sástago, un palacio que ellas no conocieron, pero del que han oído hablar en sus clases. Lo que sí recuerdan es la antigua iglesia que había en la plaza. Fue quemada en la Guerra Civil y quedó destrozada, pero ellas se acuerdan de que una de las tapias que quedaron en pie se utilizó durante años para jugar al frontón y para sesiones de cine mudo. “Cada uno se llevaba su silla de casa y los niños nos sentábamos en el suelo”, explica Clotilde.
Años más tarde, la iglesia se tiró y solamente se conservó la torre, que fue restaurada. Se pasó entonces a utilizar la iglesia del antiguo convento de San Salvador, que había sido abandonado por los monjes franciscanos con la Desamortización de Mendizábal en 1835. Nos dirigimos hacia esa Iglesia, la del antiguo convento, que es la que hoy en día se sigue utilizando y cuya restauración fue inaugurada por el arzobispo el pasado 15 de enero. “Ha quedado una iglesia muy bonita y ya teníamos ganas de verla así”, cuenta Luisa.
En la sacristía, también restaurada, vemos la imagen de San Antón. Está allí a la espera de que el cofrade mayor, que es el encargado de guardar el Santo en su casa durante un año, venga a buscarlo. “En enero, para San Antón, el cofrade, que se elige por turno entre los miembros de la cofradía, celebra una fiesta. También se sortea un cerdo y el dinero que se saca de la rifa se le da a alguien que lo necesite”, explica Carmen Cacho.
Además de San Antón, Pina celebra también San Roque en el mes de agosto, San Gregorio, el 9 de mayo, San Juan, el 24 de junio, San Blas el 3 de febrero y San Miguel, el 22 de septiembre. “Para San Juan se hace misa, pregón, se baila la jota y se sale en procesión. Se saca el toro ensogado y se le da la vuelta por todo el pueblo. Después, hay una chocolatada popular”, cuenta Pilar. La tradición del toro ensogado queda como lo que originariamente fue la celebración por haber echado a los musulmanes de la localidad. Para San Gregorio en cambio se sube al Santo en romería hasta la ermita, para San Blas se interpreta el Dance de San Blas vestidos de moros y cristianos y con la presencia del diablo, el ángel, los capitanes y el rabadán y para San Miguel se organizan carreras de pollos y sacos y se realizan juegos tradicionales.
Nuestro paseo nos lleva al interior del antiguo convento, que fue restaurado hace unos años y ahora alberga algunas dependencias municipales y sirve como sede de exposiciones y actos culturales variados. Después de la expulsión de los monjes, este convento se utilizó como cárcel, como juzgados e incluso se llegó a encerrar a las vacas en alguna de sus estancias.
Nos dirigimos después hacia el Barrio Nuevo, antigua zona mora. Allí nos encontramos con Ángel Manuel, hermano de Luisa, que nos invita a entrar en su garaje para que veamos las reproducciones en miniatura que realiza en madera. Allí vemos la antigua barca de Pina, que servía para cruzar el río hacia la estación, y otros edificios del municipio, algunos ya desaparecidos.
Después paseamos hacia la plaza San Miguel, la calle Mayor y la calle del Sol, donde vemos algunas casas con estructura de palacio renacentista. Mientras tanto, las mujeres nos van contando la importancia que ha tenido el polígono industrial para el desarrollo de Pina. “Pasamos de ser un pueblo que vivía de la agricultura a tener muchísima gente dedicada a la industria”, cuenta Amalia. Este polígono cambió de lleno las perspectivas de una población que nunca ha decrecido porque siempre ha contado con una oferta de empleo que ha frenado la huida a la capital.
Concluimos nuestro paseo en el parque, una extensa arboleda que transcurre cerca del río. Los parajes naturales de Pina son excepcionales, ya que, además de la mejana y los galachos, hay que añadir el sabinar de la Retuerta, el último bosque de sabina albar que se encuentra en zona esteparia. Allí se encuentran especies de invertebrados únicos en el mundo que han sido estudiados por Javier Blasco, maestro (ya jubilado) del colegio de Pina y estudioso del medio natural.
Del parque salimos de nuevo a la plaza, nuestro punto de partida. Allí nos despedimos de las mujeres que nos han servido de guía por un municipio que crece, en población y en oportunidades.
QUE VISITAR
- Folleto Quinto
- Antigua Iglesia de la Asunción “El Piquete”
- Ermita de Bonastre
- Ayuntamiento
- Portal de San Roque, portal de san Antón y portal de San Miguel
TRADICIONES
- Romería de Bonastre y Matamala.
- San Jorge.
REPORTAJE
Cuando llegamos a la entrada del pabellón municipal ya nos están esperando. Con puntualidad británica, Mari Carmen Lierta, Fina Torren, Pilar Rotellar, Mari Carmen González, Hermi Galán y Carmen Gabasa han acudido acompañadas por sus dos profesoras, Lola Usón y Soco Vidal, para guiarnos por Quinto en un recorrido que han hecho muchas veces. Son alumnas del grupo de educación de adultos y han participado en el programa “Ven a conocer mi pueblo”, algo que las ha convertido en expertas en las tradiciones, costumbres y parajes de su localidad. “Llevamos viviendo aquí toda la vida, pero puedes pasar mil veces por debajo de uno de los portales o mirar el Piquete y no pararte a pensar ni a valorar lo que tienes en tu propio pueblo”, aseguran.
Quinto es, con sus más de 2.000 habitantes y sus casi 120 kilómetros cuadrados de superficie, la capital de la comarca Ribera Baja. Se encuentra a relativa cercanía de los otros 9 municipios y a sólo 42 kilómetros de Zaragoza capital. Su descenso de población ha sido menos pronunciado que en otras localidades, aunque todas me aseguran que ha bajado “por lo menos 500 habitantes en unos pocos años”. Sin embargo, hace ya unos años que la inmigración empezó a dejarse ver en Quinto. Este hecho no sólo ha frenado el descenso de población, sino que podría fomentar una remontada en el número de habitantes. “La verdad es que no ha habido problemas hasta ahora y en general se integran bastante bien”, explican las mujeres mostrándose de acuerdo.
La primera parada en nuestra ruta después de salir del pabellón polideportivo es el portal de San Miguel que, junto con el portal de San Roque y el de San Antón, conforma un interesante conjunto que data del siglo XVIII. “La misión de los portales era cerrar el pueblo al exterior. Se abrían y se cerraban cuando ordenaba el concejo para que nadie pudiera entrar o salir del pueblo en unas determinadas horas”, explica Mari Carmen. Subimos a la capilla que se encuentra encima del arco de San Miguel, desde donde se puede observar una excelente vista del Piquete. “El día 29 de septiembre es el día de San Miguel y se celebra haciendo la misa aquí. Después, los vecinos de esta zona invitan a chocolate y bizcochos”, comentan. Mientras vemos desde el balcón del portal la calle donde se supone que sucedió todo, Mari Carmen relata una antigua historia de amor que sucedió en Quinto y, aunque no existen textos que lo corroboren, ha ido trasmitiéndose de generación en generación por medio del boca a boca: “Cuando el Piquete era un castillo vivía allí un señor feudal que tenía un hijo. Éste se enamoró de una chica del pueblo. La relación era imposible debido a la insalvable diferencia de clase social, así que se comunicaban a escondidas mediante espejos. Él desde el castillo y ella desde esta misma capilla. El día que el chico tuvo que abandonar Quinto para ir a la guerra, ella salió a la calle para ver a su amado por última vez, pero al paso del carruaje ella se desmayó y él se apresuró a saltar del carro para tomarla entre sus brazos. Tras decirle a su padre que ésa era la mujer que amaba, el señor feudal acabó aceptándolo y consintió la boda de su hijo con esa mujer de Quinto que dicen que se apellidaba Beltrán”.
Caminamos por la calle Mayor, en la que se encuentran la mayor parte de los servicios de un pueblo con una economía que se desarrolla equilibradamente entre la agricultura, (con una amplia superficie de regadío), la industria, (con una empresa de prefabricados de escayola) y la extracción de alabastro y los servicios.
Llegamos a la plaza de la Comarca. En sus baldosas se puede ver un mapa de situación de los 10 pueblos y el nombre junto con el escudo de armas de los 10 municipios que componen la Ribera Baja. Subiendo hacia el Piquete vemos el inicio de la que antes era conocida como calle de Doña Urraca o calle de los muertos. “Por aquí se llevaba el ataúd a pie hasta el cementerio. Antes era tan estrecha que justo cabía la caja y los cuatro que la llevaban”, me explican Carmen y Lola.
Llegamos a la iglesia a la popularmente llamada iglesia del Piquete, por ser el punto más alto de la localidad. La realmente llamada iglesia de la Asunción data del siglo XV, aunque se hicieron ampliaciones en los siglos XVI y XVIII. Fue escenario de terribles enfrentamientos durante la Guerra Civil, ha sido restaurada exteriormente e interiormente. Su belleza no pasa desapercibida para nadie, razón por la cual fue declarada por la UNESCO monumento mudéjar patrimonio mundial. En el mirador exterior se puede ver una réplica del reconocimiento otorgado por Felipe V como agradecimiento al apoyo en la guerra de Sucesión “El día quinto del mes quinto del año quinto entró en Quinto Felipe V”. Esta inscripción recuerda la concesión del título de “Lealísima Villa” por parte del monarca el 5 de mayo de 1705. Hoy, tras numerosas fases de restauración, el Piquete vuelve a lucir en todo su esplendor y ha vuelto a recuperarse como espacio sociocultural para la población. Además, alberga en su interior el primer museo de momias de España, una exposición permanente de momias del s.XVIII y XIX que fueron exhumadas del suelo de la antigua iglesia de la Asunción durante esos trabajos de restauración. Los 15 cuerpos pertenecen a mujeres y varones adultos y también a niños y niñas de corta edad y se han mantenido intactos gracias a las especiales condiciones de humedad y temperatura que se dan en esta antigua iglesia. El museo, que es de propiedad municipal, abre todos los fines de semana de viernes a domingo y es ya uno de los referentes turísticos de la comarca.
Llevamos algo más de una hora caminando por Quinto cuando se pone a llover, pero ninguna de nuestras guías quiere que nos quedemos sin ver su pueblo al completo, así que los paraguas se convierten en nuevos compañeros de camino. Bajamos hasta la plaza vieja, en la que se encuentra la iglesia de San Juan, y seguimos hasta la llamada casa del cura, un antiguo palacio aragonés de estilo renacentista que ha sido consolidado recientemente para evitar su derrumbe.
Allí, al lado de la calle Conchita Carrillo, que homenajea a esta ilustre quintana, nos encontramos con el segundo portal, el de San Roque, que servía para cerrar la entrada al pueblo por el otro extremo. Su capilla es la más grande de las tres. “El 16 de agosto, día de San Roque, se hace la misa aquí y los vecinos reparten una imagen del santo”, explican.
Nos dirigimos después al portal de San Antón, que se encuentra fuera del camino de los otros dos y servía para cerrar el acceso desde los campos. El 17 de enero, día de San Antón, los miembros de la cofradía sortean tres lechones y un cerdo y ofrecen una merienda popular. “Antes se pasaba a los animales por debajo del arco para bendecirlos, aunque mucha gente sigue trayendo a su perro y a sus animales hoy en día”, nos explican.
Las fiestas mayores de la localidad, en honor a Santa Ana (26 de julio) siempre han ido muy unidas a la tradición taurina. “Hace unas décadas quisieron quitar las vacas, pero la gente del pueblo se dedicaba a torear a los concejales del Ayuntamiento cuando salían a la calles, así que al final rectificaron y trajeron vacas”, cuenta Fina. La noche del 26 de julio se hace la llamada “quema del cuadro de Santa Ana”. “Se colocan fuegos artificiales alrededor de un cuadro de pergamino con una imagen de Santa Ana. Cuando el fuego se apaga y todo el mundo aplaude se mira a ver si el cuadro se ha quemado porque, si esto sucede, es el presagio de que ocurrirá alguna desgracia con las vacas, una cogida mortal o algo así”, explican.
Mientras nos dirigimos a la parte nueva del pueblo, para acabar nuestra visita en la plaza del Ayuntamiento, me hablan de la romería que se realiza a las ermitas de Bonastre y Matamala el lunes y martes de Pascua. Soco nombra también al escritor Jardiel Poncela, descendiente de Quinto, aunque nacido accidentalmente en Madrid: “Su padre era de Quinto y su madre está enterrada aquí. Se dice que cuando se le atascaba alguna obra de teatro venía a Quinto y visitaba el cementerio para hablar con su madre y pedirle inspiración”.
QUE VISITAR
- Folleto Velilla de Ebro
- Conjunto hidráulico Localización
- Ermita de San Nicolás de Bari Localización
- Iglesia de la Asunción
- Lépida Celsa y su Museo | Yacimiento
TRADICIONES
- Nonas de Junio.
- Dance de San Nicolás.
- La leyenda de la campana de Velilla.
REPORTAJE
Aunque Miguel Zapata, la persona que hará de guía en mi visita a Velilla, recuerda el pueblo con más de 1.300 habitantes, hoy, Velilla de Ebro es una localidad de la margen izquierda en la que viven unas 250 personas.
El municipio está situado en un cerro coronado por la ermita de San Nicolás de Bari, y el hecho de que Marco Emilio Lépido fundara allí la colonia Vitrix Iulia Lépida en el año 44 a.C hace que Velilla rezume historia en todas sus calles. Ahora, las excavaciones llevadas a cabo en el yacimiento muestran restos de una importante ciudad. También se puede visitar el museo monográfico donde se expone una selección de materiales sacados a luz en las excavaciones.
El recorrido con Miguel comienza en el molino y la antigua noria. “Ésta era la casa del molinero y aquí veníamos a moler el trigo y la cebada”, comenta. Mientras observamos el conjunto hidráulico, hoy restaurado, Miguel me cuenta la cantidad de veces que se ha bañado justo en esa zona del río. “Como no teníamos dinero para bañador, nos bañábamos sin nada, así que las mujeres sólo nos dejaban estar aquí hasta los 12 años o así. Después, nos hacían irnos más allá”, dice sonriendo.
Al seguir nuestro camino pasamos por al lado del antiguo lavadero, el lugar al que las mujeres acudían a lavar la ropa y también “a chismorrear”, asegura Miguel. Nos detenemos también en la presa, que se extiende hasta la central, mientras Miguel recuerda sus tiempos en la escuela: “Entonces había unos 125 niños en el colegio y ahora hay 16 ó 17”.
Mientras nos dirigimos hacia la ermita de san Nicolás de Bari, Miguel habla de una de las tradiciones más arraigadas de Velilla: el dance, del que se dice que es el más antiguo de Aragón. Miguel lo conoce bien porque lleva más de cinco décadas danzando por ese mismo camino que ahora recorremos andando. “Hay 16 danzantes y 4 volantes que rodean los cuadros de danza. Desde 1875 los dichos son los mismos, aunque antes de eso se decían dichos que tenían que ver con cosas del pueblo”, explica Miguel.
Subiendo a la ermita, Miguel señala la marca en el suelo de la campana, que fue tirada desde el campanario en la Guerra Civil. Aunque Miguel no puede recordar la guerra, ya que tenía sólo unos meses, sabe que fue muy dura para el pueblo, porque estuvo situado en medio de los dos frentes. “Murió mucha gente del pueblo y la política se mezcló en muchos casos con los odios personales”, dice.
Una vez arriba, desde el mirador de la ermita, contemplamos una estupenda panorámica de Velilla en la que sobresale la iglesia parroquial de la Asunción, con una torre mudéjar del siglo XVI en la que se distinguen al menos tres nidos de cigüeñas. “Lo de que traen a los niños debe ser verdad porque un año que hubo siete nidos nacieron un montón de niños en el pueblo”, dice riendo.
En el mismo mirador, a un lado de la ermita y mirando hacia el pueblo, se puede ver una escultura de alabastro de San Nicolás de Bari hecha en las canteras de la localidad. Entramos dentro de la ermita. Detrás del altar se puede ver el lugar donde un día estuvo el retablo de alabastro hecho por el insigne Damian Forment y destrozado en la Guerra Civil. “Hace años, la hija de un catalán que había estado aquí durante la guerra nos envió una figura del retablo llamada las tres doncellas. Es prácticamente lo único que queda de aquel retablo”, explica.
Pero si hay algo que llama la atención dentro de la ermita de San Nicolás es el ábside románico, único en la comarca. Miguel aparta una alfombra del suelo que deja al descubierto una trampilla de madera. Al levantarla, aparecen unas escaleras que conducen al interior del ábside. En la estancia se puede ver una pila bautismal de alabastro que sí que sobrevivió a la guerra. “Aquí me bautizaron a mí y a la mayoría de los que hemos nacido aquí”, cuenta Miguel. Ese mismo recinto sirvió también durante la guerra como calabozo para los reclusos.
Subimos al campanario dejando a un lado lo que fue la casa del ermitaño. Allí, junto con otras dos campanas, se encuentra la llamada “campana del milagro”. Y es que según la tradición recogida por muchos autores la campana llegó a contracorriente flotando sobre las aguas del Ebro con dos velas encendidas que no se apagaban ni se consumían. Cuando alguien se acercaba a cogerla, la campana y las velas se sumergían en el agua para volver a aparecer más lejos. Fue al llegar a Velilla cuando la campana salió por sí sola del río al ver a dos doncellas, que la llevaron a la ermita. Desde entonces, la campana tocaba sola cada vez que se producía en el reino algún suceso luctuoso importante. “Los hombres que se iban a la guerra empezaron a llevarse como amuleto trozos de la campana y en 1971 se echó un bando para que todo el que tuviera algún trozo de la campana lo llevara al ayuntamiento. Se recogieron en total unos 35 kilos que se utilizaron para refundirla con metal nuevo, pero nunca más volvió a sonar”, explica Miguel. Esta leyenda, muy arraigada en el municipio, permanecerá viva por siempre en la gran campana de plata sobre fondo rojo que aparece en el escudo y la bandera de la localidad.
QUE VISITAR
- Folleto Sástago
- Torre del Tambor | Localización
- Fortín | Localización
- Ermita de Nuestra Señora de Montler | Localización
- Iglesia de Nuestra Señora del Pilar
- Salinas de la Playa | Localización
- Monasterio de Nuestra Señora de Rueda
TRADICIONES
- Romería Virgen de Montler.
REPORTAJE
Cuando tras una cerrada curva aparece ante mí la central de Sástago, aquella en la que durante muchos años trabajó mi abuelo, siento que ya estoy en casa. No puedo decir que Sástago sea un pueblo más y ni siquiera puedo mirarlo con objetividad. Quizás por eso, este reportaje sea para mí el más complicado de esta serie de diez. No sabía cómo proponerle a alguien que me enseñara mi propio pueblo, el mismo que he recorrido tantas veces, el mismo que creía conocer. Sin embargo, decidí que fuera mi tío José Insa el que me hablara de cómo había sido la vida en el Sástago que yo no conocí. “Las cosas han cambiado mucho, aunque no dudo en decir que se vive mejor ahora”, comenta.
Sástago se caracteriza entre otras cosas por poseer un inmenso término municipal que ocupa casi un tercio del territorio de la comarca. En él se encuentra el Monasterio de Rueda, la Iglesia parroquial, dedicada a la Virgen del Pilar y de estilo barroco, El Fortín, la torre del Tambor, que data de las guerras carlistas, la ermita de la Virgen de Montler, del siglo XIII, y el castillo de La Palma, lugar que en el municipio la mayoría conoce como “la Virgen del Pilar”, debido a la ermita de la Virgen que alberga en su interior. El castillo es de época musulmana, aunque la ermita del Pilar data del siglo XVIII. “Aquí, como en todo Aragón, no sabemos valorar lo que tenemos”, asegura José.
El casco urbano de Sástago tiene una extraña situación geográfica que no pasa desapercibida para nadie. Está situado en el istmo del meandro más alargado y estrecho de un río Ebro que se convierte en una constante, ya que rodea por ambos lados un municipio que se caracteriza por tener pocas, pero larguísimas calles.
Desde mediados del siglo XIII Sástago fue posesión de los Alagón, que más tarde, en el siglo XVI, pasarían a ser condes de Sástago y fijarían una de sus residencias en un castillo-palacio que estaba situado en la actual plaza del Ayuntamiento, en el mismo lugar en el que se ha edificado la residencia de ancianos “Luis Carlos Piquer”. “Todavía recuerdo cómo eran las paredes y la puerta del palacio, que tenía incluso un guarda que nos prohibía jugar por allí”, dice José.
Las fiestas patronales honran a mediados de agosto a la Virgen de la Asunción y San Roque. En abril se celebran las fiestas a la Virgen de Montler con una tradicional romería y San Antón en enero se festeja con una gran hoguera.
Salimos de casa y nos dirigimos a la entrada del pueblo, a un antiguo lavadero, hoy restaurado, que yo nunca me había parado a observar. Al lado se ven unos cuantos campos, ya que Sástago siempre ha estado muy vinculado a la agricultura, “aunque ahora, como en todas partes, la agricultura está de capa caída y sobrevive gracias a las ayudas. Muchos de los huertos son ahora un pasatiempo para la gente mayor, que cultiva alguna que otra cosa para consumo propio”.
Desde allí, de camino al Tambor, pasamos por el emblemático puente, heredero del anterior puente de hierro que fue volado durante la Guerra Civil para impedir el paso de las tropas nacionales. “Cuando éramos unos críos, hice una apuesta con un amigo para ver si era capaz de pasar al completo por encima del arco grande, porque los arcos pequeños los pasábamos sin problemas, pero el grande era más difícil. Y perdí, porque lo hizo”, cuenta mientras miro atónita la altura que alcanza el arco central.
Desde el Tambor, una torre vigía que data de las guerras carlistas, se puede contemplar una espectacular vista de un pueblo que José llegó a conocer con 3.000 habitantes. También se puede apreciar una parte del rico e importante patrimonio natural del municipio. Si se habla de naturaleza no se pueden dejar a un lado las saladas, unas lagunas hipersalinas que recrean las condiciones de vida de hace 5 millones de años, un paraje único en Europa, que conserva especies de animales y plantas que no existen en ninguna otra parte. “Hay varias saladas: la de la Playa, la del Guallar, la de Piñol, la del Rollico, la del Rebollón… Recuerdo que antes se sacaba de allí sal para los alimentos”.
La artesanía, con la fabricación de cuchillos y sombreros, y la industria son otros de los rasgos más característicos de Sástago. Por eso, desde allí nos dirigimos a la central de Menuza, una de las que desde principios del siglo XX convirtió a Sástago en núcleo de producción de energía hidroeléctrica. José vio como se levantaba esta central a principios de los años 50 ya que comenzó a trabajar allí a los 15 años, primero supervisando la obra y más tarde como trabajador. “En lo que ves aquí –me dice señalando la fachada de la central-hay más de un millón de metros cúbicos de hormigón”.
Pero no sólo trabajó allí durante 44 años, hasta que en 1994 mecanizaron por completo la central, sino que también vivió allí durante más de 20, ya que Menuza tenía un poblado en el que vivían algunos trabajadores. Hoy, la central sigue funcionando, aunque sólo algunos empleados de mantenimiento la visitan de forma regular, por lo que la verja está cerrada y no se puede acceder a ella. Sin embargo, un golpe de suerte hace que coincidamos con el dueño, que nos invita a entrar hasta dentro. José me explica como el agua entra desde el río hasta llegar a un salto de unos seis metros. Al entrar, unas rejas se encargan de separar algunos siluros, que yacen muertos en un canal aledaño. Se dice que estos animales fueron traídos hasta el Ebro por los alemanes como divertimento para la pesca, pero su voracidad y el gran tamaño que pueden llegar a adquirir provocan auténticos estragos en la fauna y flora del río.
En nuestra visita por el interior también vemos las turbinas por las que sale la corriente, además de ordenadores y máquinas. “Yo llevaba esa máquina de ahí –explica José- no sé cuántos miles de veces habré subido por esa escalera”, dice señalando una estrecha escalera empotrada en la pared. Cuando salimos al exterior, nos detenemos en lo que queda del antiguo poblado, ahora abandonado. “Aquí vivíamos 15 familias. Teníamos piscina, economato para ir a comprar y servicio de chófer para cuando necesitábamos ir al pueblo. La verdad es que éramos como una gran familia”, dice mientras pasamos por la que fue su casa. “Aquí estaba la cámara frigorífica y, mira, esa higuera la plantó tu tía”, añade sonriendo.
Y así concluye nuestro paseo por partes de un Sástago que nunca había visto, un pueblo que, como el resto, ha perdido en población, pero no en belleza, un pueblo rodeado por un río que impregna con su presencia la agricultura, la industria, la artesanía y hasta la situación geográfica, un pueblo con una rica historia pasada que debe seguir mirando con fuerza hacia el futuro.
QUE VISITAR
TRADICIONES
- Romería de Santa Bárbara.
REPORTAJE
La “Z” de Zaida nos lleva hasta el último de los municipios de este recorrido alfabético en el que alguien autóctono nos acerca de forma distinta a esa realidad que sólo se percibe a través de la permanencia en el mismo lugar con el paso del tiempo. Y es que hay pocas cosas más bonitas que sentir como propio el pueblo en el que se ha nacido y crecido.
Esther Artal fue la encargada de hablarnos del último pueblo de la lista. Fuimos a su casa, aunque, como sabría más tarde, visitar su casa es lo mismo que adentrarse en una parte importante de la historia de La Zaida. “Esta casa fue de los amos que daban agua al resto del pueblo para que se pudieran regar los campos. A cambio, se les pagaba una sexta parte de todo lo que se recogía. Aquí vivía el administrador y también el mulero. En los bajos de la casa estaban las escuelas y durante la guerra vivieron milicianos”, explica Esther. Después de la guerra, la casa sería comprada por José Alquézar, que, muchos años después, se convertiría en suegro de Esther. “Ellos pusieron un café y en el salón de abajo se hacían también bailes para las fiestas”. Pero, además, la conocida por todos como “Casa de la empresa” también fue iglesia durante algunos años, después de que el techo de la iglesia de verdad cediera en medio de un bautizo sin provocar consecuencias. “Yo comulgué y me casé en esta casa. Recuerdo que cuando los invitados no cabían se repartían a lo largo de toda la calle Mayor”, dice. Por si fuera poco, la casa, que ahora está dividida en varias, albergó también, después de la guerra, el salón de la falange y la central de la luz. “El lucero vivía arriba y se encargaba de controlar la llegada de la luz, que era enviada desde Albalate. Hasta que una mañana no le avisaron de que habían echado ya la luz y murió tras caer electrocutado de la escalera”, explica. Durante un tiempo también estuvo allí el estanco y la farmacia, el primero de ellos gestionado por la propia Esther durante unos años.
Al margen de la curiosa historia de “La Casa de la empresa” si hay algo que ha marcado la historia de La Zaida es la llegada al pueblo de Foret y de EMESA en los años setenta. El que hasta entonces había sido un pueblo eminentemente agrícola pasó a tener un carácter industrial que no es comparable al de ningún otro municipio de la comarca. Hoy en día, el 98% de la población activa de La Zaida está ocupada en la industria, algo que también ha ayudado a que la población se asiente y a que La Zaida no haya sufrido el mismo retroceso de población que otros municipios de la comarca. “Ahora La Zaida tiene unos 600 habitantes. Antes había unos cuantos más, pero tampoco muchos”, explica. Esther también comenta que la llegada de la Foret supuso mejoras para el pueblo como el asfaltado de calles o la puesta de aceras. “Eso se hizo con el dinero de los impuestos que las fábricas pagaban por estar instaladas en La Zaida. Después, esos impuestos se empezaron a pagar en Zaragoza”, dice Esther.
La conexión por línea férrea también ha sido siempre muy importante para La Zaida. Esther todavía recuerda cómo los vecinos de otros pueblos venían andando desde sus municipios para coger el tren. “Aquí solían parar los trenes a abastecer de agua a las máquinas”, añade.
Esther también nos cuenta cómo bajaba al lavadero y, en ocasiones, al río para lavar la ropa. También tenían la costumbre de salir a coser a la calle. “Se hacían muchas más cosas de forma colectiva”, apunta.
Además de la industria y la estación de tren, en La Zaida se puede ver la iglesia de San José, que data del siglo XVII y es un binomio entre iglesia y una casa señorial que perteneció a los Ximénez Cerdán y es de origen medieval. Es interesante también el mirador de la Mundina y la confluencia entre el río Aguasvivas y el Ebro. Ambos conservan además azudes de gran importancia histórica.
Después de casi dos horas de charla, Esther insiste en que tomemos un café y saca unos dulces que ha preparado para la ocasión. Y es que, después de escuchar sus vivencias y anécdotas, cuando salimos de la famosa “Casa de la empresa” es imposible no mirar La Zaida de una forma distinta.
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